EL DISPUTADO VOTO DEL SR. CASERO

Que la Democracia en España -al igual que en otros países de nuestro entorno- carece desde lo inmemorial de cualquier fondo, en beneficio de unas formalidades cada vez más asentadas, producto de su desquiciada evolución hacia la absoluta desfiguración de nuestro sistema político, no es sino mentar una indiscutible evidencia.

De política, o de políticos, habiendo otros temas de mayor enjundia, prefiero no hablar, si no es para valerme, en mi faceta de escritor –y, a veces, también en la de jurista- de los múltiples ejemplos que ofrece ese campo para ilustrar alguna situación, normalmente poco decorosa.

Y hoy vengo a recordar lo sucedido con el diputado del PP, Alberto Casero, es decir, una falencia más de las muchas que asolan nuestra democracia actual, y que es el trasunto de la falta de profundidad, entendida como fondo, del quehacer político, embebido como está por la cumplimentación de una serie de formalidades que, sometidas al azar del error, pueden hacer que la intención de un voto, es decir, la voluntad de emitirlo en un determinado sentido, se vea traicionado por un despiste, por el desliz de un dedo, por un lápsus cálami de teclado. Y esto, siendo en sí lastimoso, se torna grave, y aun inaceptable, cuando la diferencia entre aprobar o no una Ley ha consistido en un solo voto, y el voto que ha acabado decantando su aprobación, en realidad, debería haber sido el que imposibilitara esa victoria, dando al traste con un texto legal sobre el que no es este el lugar ni el momento de pronunciarme.

¿Por qué de algo que es una palmaria equivocación, que se sabe que lo ha sido porque el propio afectado así lo ha expresado, no se permite que sea subsanado?

El ciudadano de a pie es incapaz de entender una cosa de semejante índole, pese a que esté familiarizado -si es que además ha tenido ocasión de transitar por los resbaladizos pavimentos de los tribunales- a que las inflexibles formalidades legales ahoguen el fondo incorrupto que constituye la verdad de las cosas, amordazando de este modo la boca de la Justicia (que por eso no solo lleva venda, con rejilla, sobre los ojos, sino también un molesto bozal, el cual le impide pronunciarse con la “prosodia” con que debiera).

Ahora todo el mundo se disputa el voto del diputado cacereño. De ahí que Alberto Casero, por uno de esos caprichos que tiene el destino, se haya visto expulsado de su discreto anonimato, pasando a ser objeto del cortejo tanto de los que son conscientes de que hizo algo que no quiso, sabiendo que, en puridad, la decisión debiera haber ido en otro sentido –y, por tanto, desean, acuciados por la desesperación, que se le permita enmendar el dislate-, como por aquellos que, aun convencidos de lo erróneo del sufragio, se refocilan por el hecho de que el voto de Casero les haya dado una victoria que, en realidad, debiera llevar el sello de la derrota –y, por eso, abogan por que sea inamovible-.

El Sr. Cayo, entrañable personaje de Delibes, ha perdido el pedestal y rango que venía ostentando por el carácter disputado de su voto, sobrepasado ahora, en actualidad, y también diríase que en importancia, por el sufragio de Su Señoría, el diputado Don Alberto Casero.

ELIO IRMÃO (Escritor)



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