CORAZONES CONGELADOS
Cuando el guitarrista de flamenco daba la pauta al solista que, enardecido y ausente, sostenía, vibrante, la voz, materializando en este acto la tensión de un sentimiento que, subrayado en su rostro por el gesto elocuente, le transportaba hacia lo insondable…
Cuando la bailaora, con su colorido traje de volantes, haciendo arcos imposibles con sus brazos, alzados sobre una cabeza sudorosa, acompañaba, sin concesión a algún cierto error, el rasgar de las cuerdas del instrumento y también los de la garganta…
Cuando el fotógrafo, atento a cuanto sucedía y a cuanto estaba por suceder, captaba con su objetivo lo irrepetible del momento -como un notario de la imagen-, de tal forma que lo aquietaba, pero sin congelarlo, dotándole de ese hálito cálido, imprescindible para que siguiese vivo… en la memoria y también en la vida…
Cuando ahíto de clics, temeroso de que, un día, algún vendaval de barbarie acabase con su arte hecho fotografía, decidió donarlo a una institución; digamos, a la Biblioteca Nacional Francesa…
Cuando, como agradecimiento a lo anterior, tanto el Estado como la gente que lo sufre, te paga con la criptomoneda de la indiferencia, dejándote, a tu destemplada edad que superó los ochenta, morir congelado, en la Ciudad de la Luz, en la Plaza de la República… ¿Quién le dio a tan baja mercancía unos nombres tan hueros y rimbombantes, tan falsos, tan hipócritas?
Tu compañera fue la única que se interesó, aunque su lógica inquietud apenas recibiera, como respuesta, el implacable mazazo de la indiferencia policial… ¡Qué novedad!
Afortunadamente, alguien -casualmente otra mujer- te encontró; e hizo, incluso, por auxiliarte, aunque fuese demasiado tarde, pues, para entonces, este vergonzoso escenario te había dejado ya frío de puro asombro.
Dicen, René Robert, que ni en París, ni tampoco en ningún otro sitio del planeta, la gente auxilia a sus semejantes, aunque carguen sobre los hombros el peso de la edad provecta, aunque por un inoportuno resbalón se hayan dado de bruces contra el suelo, aunque la nieve o el áspero frío se ciernan sobre ellos, yaciendo -doloridos o, lo que es peor, inconscientes- en el pavimento inmundo de las calles.
Te preocupaste de que las imágenes de tus fotografías no quedaran congeladas y, para mayor garantía, las donaste con el fin de ponerlas a buen recaudo, lejos del alcance devastador que produce la intemperie. Por eso, nunca morirán de frío.
Espero, con sincero entusiasmo, que esas vibrantes escenas de flamenco -hoy y siempre- sean observadas por la gente con la atención que, como viandante urgido de auxilio, nadie te prestó.
Una muestra más, de las muchas –o sea, de las innumerables- del deshumanizado mundo en que vivimos…
No sé si este caso será capaz de sugerirnos, en la superficialidad de la charca en la que chapoteamos, pero a causa de lo conectados que, sin duda, todos estamos (o bien aspiramos a estar) a darle a la noticia un simple “like”; o si, por casualidad, estamos dispuestos a compartir este bochornoso escarnio en todas nuestras redes sociales y grupos de whatsapps…
Quizás, a alguien se le ocurra hacer ahora el oportunista “meme” sobre el género humano, desfigurado –como está- por la abominable lepra de la inhumanidad, mientras, oculto tras una humillante máscara, intenta parapetarse de un virus mutante que, según dicen, se divierte cabalgando sobre las olas…
ELIO IRMÃO (Escritor)
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