El texto literario, ¿debe ser cosido, o solo hilvanado?


 La tradición nos enseña que todo cuanto se hace debe

venir cosido, en cuanto esa expresión denota aquello que

se ha hecho a conciencia. Y la elaboración de un texto

literario, para su posterior presentación al público, no es

una excepción.

Sin embargo, hoy se prefiere que los concienzudos

pespuntes de la aguja no se hagan perceptibles, es decir,

que ni tan siquiera sean intuidos, y que la prueba de

escritura resulte, por tanto, liviana, libre de la agresión de

cualquier agente porfiado y machacón…

Esta especie de confidencia, hace escasas fechas, me la

revelaba, en una conversación, un pequeño editor. Y,

después de cierta verificación empírica por mi parte, me

pregunto, primero, cuál es la razón de ello y, segundo, me

doy con gran curiosidad a la tarea de reflexionar sobre si

esa idea –o, quizás, moda- debe o no ser validada como

aceptable y correcta.

Para ser honesto, debo añadir que el editor apoyó su

afirmación en otra, y es que un texto que se note

trabajado (y no necesariamente hace falta que lo sea en

exceso) se antoja poco espontáneo; dado que la

espontaneidad debe de llevar (lo digo dudando) a que

resulte más creíble, es decir, confiable.


Llegados a este punto, creemos que el conflicto se

produce entre lo que consideramos “un principio” y lo

que no pasa de ser “una moda” –es decir, en este último

caso, algo que responde a un modo (pasajero) en que se

programa la gente y, por tanto, el lector-.

El principio, a favor del cual no cabe más que inclinarse,

rezaría, en todos y cada uno de sus salmos, que todo

texto literario debe estar trabajado. Incluso, muy

trabajado. ¿Por qué? Porque el sentido de las frases, a

través de las palabras (que se combinan) y de la propia

sintaxis (que se enmaraña), se muestra, con harta

frecuencia, esquivo y traidor; y entonces es necesario

concretarlo a fuerza de golpes de cincel. Por ello, en esta

tarea hay que proceder con denuedo, mostrándose

siempre exigente con el resultado, pensando en

perfeccionarlo hasta donde sea posible… De no ser así, no

existiría ninguna obra artística, por ejemplo, el “David” de

Michelangelo, o cualquier obra cumbre de la Literatura

Universal.

¿Acaso se puede acusar a la novela “Crimen y Castigo” de

Dostoievski, o al mencionado “David” del genio italiano,

que no resultan creíbles por el mero hecho de la absoluta

perfección que denotan? ¿Habría sido preferible que

Dostoievski hubiese cometido algún “crimen” en forma

de descuido en la redacción, o que Michelangelo no

hubiera desbastado la piedra en la medida precisa para


conformar el cuerpo y la imagen de su conocida

escultura?

Naturalmente, no. No lo habríamos permitido. Es más,

sus trabajos no se habrían visto premiados con nuestro

reconocimiento y admiración, ya que serían merecedores

del más cruel “castigo” imaginable: el de ignorarlos.

Por el contrario, la moda no es más que eso: tornadiza y

pasajera. Quizás guste lo hilvanado, sea porque se ajusta

con servil complacencia a un modo de ser del lector, o

porque aquello que lee viene a sugerirle una mayor

autenticidad, o porque piensa en una mayor libertad y

desenvoltura del escritor al momento de elaborar su

obra, o porque hace, finita o infinitamente, más fácil la

lectura (al encontrarse el texto libre de cualquier traba

que le recuerde al lector alguna carencia a la que dar

urgente solución…).

Por consiguiente, el texto literario, pese a quien pese, ha

de ser cosido: a máquina o a mano. Es igual.

Lo hilvanado pronto se deshace.

Y un escrito se construye con vocación de permanencia.

Porque es, esencialmente, durable. Y, si consigue el

ansiado nivel de excelencia, perdurable.


                                                                                                        Elio Irmão.-

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